jueves, 30 de diciembre de 2010

Detrás de un pez…

Ayer, se murió Merol. Merol era mi pez betta, era moradito con verde, era tornasol, sólo en él podía permitir colores tornasoles. Todas las mañanas que despertaba, apenas veía que me movía y se pega al vidrio y estaba segura que me veía, me miraba fijamente hasta que le daba comida. Pero ayer, murió de viejo, lo ví morir, ví morir con él muchas cosas, grandes cosas… Pero de momento sólo asimilaba verlo morir, lo veía tan fijamente como él lo hacía conmigo, me quedé con él hasta que se quedó quieto. Puedo asegurar que le lloré, que durante el día se me quebraba la voz y lo dejé en su pecera, no pude darle el adiós yo sola.

Ya un día más tarde, me doy cuenta que me afectó más allá. Merol llegó a mi vida para ser parte de una “terapia” para superar un hecho, qué por cierto, aún no lo hago. Merol se convirtió en mi primera mascota oficial, no salía de mi cuarto y siempre me veía cantar y bailar como loca ahí encerrada, todos los días y las noches le daba de comer y le hablaba, lo sentía tan sólo como me siento yo por dentro, pero sin duda él tenía la dicha de tener “memoria de pez” y yo no.

De verdad quiero a mi pez y lo digo en presente porque aún lo hago. Con lo que pasó, se me olvida el propósito que tuve al comprarlo y siento que el cometido no se cumplió, pero sí, la verdad es que funcionó mucho, me ayudó bastante a sobrellevar un hecho que me cambió la vida, aunque me es muy difícil no pensar que con él se murieron los logros obtenidos.

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